Haikus

Conviene primero definirlo, sobre todo para aquellos – pocos- que oigan esta palabra por primera vez. Quizás lo mejor es ceñirnos a lo que dice el diccionario de Dª María Moliner: “Estrofa japonesa de tres versos sin rima que suman diecisiete sílabas” y precisar que, en su forma tradicional, las 17 sílabas se distribuyen en versos de 5, 7 y 5 sílabas. A mí me gusta más recordar lo que significa en japonés el término haikai: “es simplemente lo que está sucediendo en este lugar en este momento.” Sin duda, a los practicantes de la plena conciencia esto nos resuena bastante.

Pero más allá de definiciones y de posibles comentarios sobre la forma y la difusión de esta forma poética en Occidente, que ha llevado a su práctica a escritores de la talla de Antonio Machado, Borges o Mario Benedetti – por ceñirnos a nuestro idioma-, puede ser conveniente plantearnos cual es el atractivo que puede tener una expresión aparentemente tan simple. Dicho de otra manera: ¿por qué nos gusta el haiku?

Quizás por el misterio que subyace en este breve poema que, según una antigua norma menos rígida que la de la definición antes citada, “debe durar menos que una espiración.” También nos atraen su capacidad de síntesis y la enorme concisión que requiere, lo que, en estos tiempos en los que estamos abrumados de verborrea es algo de agradecer. ¿Qué decir de la capacidad de evocación, de sugestión de muchos de los haikus clásicos que, en 17 sílabas, nos sitúan en una estación del año y hacen referencia a una situación o fenómeno concreto de la naturaleza, como este haiku de uno de los grandes clásicos, Matsuo Basho?

“En el néctar de la orquídea

la mariposa

perfuma sus alas”

 (Nota obvia: las distintas características fonéticas del japonés y del español hacen imposible conservar en la traducción la estructura de 5/7/ 5 sílabas) 

Quizás parte de su atractivo resida en su mezcla de ligereza que nos pellizca el corazón y de trascendencia. Pero sin pesadez, sin solemnidad; solo un estremecimiento cómplice entre el autor y nosotros. Sabia simplicidad. Sobriedad llevada al extremo. Pero sus limitaciones formales hacen llegar al haiku a confines lejanos. En su contención, esta forma de poesía, quizás la más densa de todas, encuentra la mayor amplitud. Su humildad es su fuerza.

Para terminar, uno de los haikus más bellos que conozco (aunque no se ajuste exactamente a la forma clásica). Su autor es un poeta catalán, por desgracia poco traducido, y por ello poco conocido fuera de Cataluña: Miquel Martí i Pol.

«Un viento lentísimo

Convierte el silencio

En melodía»