Febrero 2021. 

 “Los Átomos Saltarines” 

Un día que el niño estaba conversando con Culebrín, su amigo culebrita que vivía en el patio de su casa, le contaba acerca de las magias del arcoíris y cómo era que concede deseos a quién lo sintiera con el corazón. 

-Eso sí, habría que esperar que apareciera uno- le dijo el niño -los arcoíris no están siempre-. Pero Culebrín, que era un pillito, tenía un truco. 

-Cuando alguien riega- le contó con entusiasmo a su amigo niño, -nosotros los bichitos, nos ponemos cerca porque sabemos que de pronto zas! aparece un arcoíris-. 

Estaban en eso cuando escucharon un sonido de agua. La mamá del niño estaba regando y sí, efectivamente, había un arcoíris! 

-Ahora!- dijo Culebrín con una acelerada emoción. –Ahora es cuando puedes ir-. 

-Síííí!!!- le respondió el niño –quiero ir con mis amigos!. 

Agarró su bicicleta y rápidamente estuvo de vuelta con 3 amigos que se animaron a ir a la aventura. No sabían bien dónde irían pero sabían que era un lugar nuevo, especial, algo misterioso pero profundamente divertido! Toda una aventura desconocida. 

Felices los niños se subieron al arcoíris. Culebrín no los quiso acompañar, a él le gustaba estar en la tierrita, según les explicó. Pero les dio todas las instrucciones. Así lo hicieron los niños y se subieron al arcoíris. Era clarito y transparente a la vez, suavecito. Los colores iluminaban las caritas de los niños, brillaba, tenía una luz suave, era como una nube o algodón pero firme, porque se podían sentar y deslizarse. 

-Cuál será su deseo niños- les preguntó el arcoíris, quien los esperaba con una sonrisa, pues ya sabía que irían. Los niños se miraban entre ellos y no sabían qué pedir porque sentían que ya tenían todo lo importante. 

-Si sienten que ya tienen todo lo importante- les dijo el arcoíris, como si les estuviera adivinando lo que pensaban -entonces deben partir diciendo Gracias

-Gracias- dijeron los niños porque en su corazón sintieron esa gratitud al recordar todo lo que tenían en su vida. Y en ese segundo, se les ocurrió el deseo!. Queremos ser chiquititos! Como eran amigos de los bichitos, siempre conversaban acerca de ser pequeños, muy pequeños. 

-Está bien, ese será su deseo entonces- les dijo con solemnidad el arcoíris –ser chiquititos. Para achicarse deberán unirse y repetir todos juntos “más chiquititos” y luego para agrandarse deberán repetir todos juntos “más grandes”. Era fácil. Los niños ya estaban listos y unidos. 

Al unísono se escuchó con fuerza “más chiquititos!”. Y los niños se achicaron al instante. Ya eran del tamaño de los bichitos y estaban en la tierra entre las raíces. Miraban alrededor y veían el pasto como un gran bosque. Continuaron unidos y volvieron a decir “más chiquititos!” y ya 

estaban caminando sobre una hojita del pasto. La hoja era gigante, caminaban por ella como si ésta fuera un puente colgante. Continuaron unidos y nuevamente repitieron “más chiquititos!” y ahora caminaban entre unas bolitas que se movían rápidamente. Los niños comprendieron que eran las células de la hoja. 

Estaban maravillados. Pero quisieron seguir explorando y todos juntos dijeron “más chiquititos”. Querían ir más allá. Querían llegar al final de lo chiquitito. Lo chiquitito era infinito? Se preguntaban los niños, igual de infinito que lo grande? 

-Más chiquititos!- volvieron a repetir los niños unidos. 

Y ahora estaban dentro de un átomo. Allí dentro, había un figura bella, luminosa, órbitas que giraban y giraban como la rueda de la fortuna, pero a velocidad mil!. Y de pronto faa! La órbita no estaba, desapareció! Y de pronto faa! Ahí estaba, apareció. Y de pronto faa! No estaba desapareció otra vez! Y luego volvió a aparecer. Los niños se reían, era muy extraño. Dónde iban? Por qué iban y volvían? Se miraron y todos quisieron averiguarlo. 

-Quieren ir para allá?- escucharon los niños. 

Pero no sabían quién les preguntaba aquello. Era el mismo átomo en que estaban dentro, quien les estaba hablando. –Si quieren yo los puedo acompañar. 

Los niños ni siquiera lo pensaron y todos juntos dijeron “Sííí!!!” y junto con una de las órbitas de luz, desaparecieron ellos también. 

Wow no podían creerlo. Aparecieron en un lugar bello, lleno de luz, clarito, tranquilito, contento y espacioso, muuuuy espacioso. Allí estaban todos los pequeños átomos que entraban y salían, aparecían y desaparecían aquí también. Miles de millones, de miles de millones de átomos saltarines que entraban y salían, aparecían y desaparecían. Ja! Era muy divertido. Los niños miraban este espectáculo entre risas. 

-Bienvenidos- les dijo su átomo amigo, con una sonrisa. -Están en lo más adentro de lo adentro, se sumergieron profundamente . Es como cuando cierran los ojos, este lugar es lo que está adentro de todas las cosas. 

-Les voy a mostrar- les dijo el átomo- Vamos niños, cierren los ojos- les pidió con dulzura. Cuando los niños cerraron los ojos, se dieron cuenta que veían lo mismo que estaba fuera, miles de millones, de miles de millones de átomos saltarines que entraban y salían, aparecían y desaparecían. Era lo mismo. Esto sí que era divertido! Abrían los ojos y veían los atomitos saltarines, cerraban los ojos y veían los mismos atomitos saltarines. Luego abrían los ojos y veían lo mismo! Jajajaja Los niños se miraban y se reían. 

-Eso es porque esto es lo que está dentro de ustedes- les explicaba el átomo. Los niños seguían jugando a abrir y cerrar los ojos y seguían riéndose. Estaban felices con este paseo tan especial. 

Hasta que uno de los niños preguntó –Pero cómo es este mundo amigo átomo, aquí no hay nada que sea duro, sólido? 

-No, le respondió el atomito- las cosas duras, que se tocan, pertenecen al mundo de la Tierra, por eso en la Tierra ustedes tienen un cuerpito, para que su alma juegue, disfrute y entregue su chispa 

de luz allá en la Tierra. Aquí hay pura imaginación. Cuando tu mente imagina, disuelve lo duro y queda puro espacio….espacio infinito y luz. Así es aquí, es muy grande pero no hay cosas y tampoco existe el tiempo. 

-Pero siempre está todo conectado- les siguió explicando el amigo átomo –como si hubiera un puente entre allá y acá, un puente luminoso por donde viajan sus almitas que son de acá, pero actúan allá en el mundo duro. Es como cuando salen de su casa a pasear. Los niños lo miraban impresionados, pero tranquilos, en cierto modo, es como si siempre lo hubieran sabido. 

Y el atomito proseguía –Aquí está lo que es real, lo más real, lo que no cambia y nunca muere, es lo que hay más profundamente dentro de cada uno. Por ejemplo, a veces ustedes se caen, se pegan, les duele y lloran. Pero aquí, en este lugar, ustedes, su almita siempre está contenta porque aquí está su alegría. Es desde aquí de donde surge la alegría y las ganas que les hacen volver a jugar contentos otra vez. 

-Entonces adentro de nosotros, todos tenemos este mismo adentro?- preguntó uno de los niños con curiosidad, quería saber si podría encontrar aquí más amigos. 

-Sí- le respondió el atomito. Todos estamos aquí, aquí somos todos iguales. Como si fuéramos semillas de un mismo árbol o gotitas de un mismo mar. Aquí somos todos los mismos, pero al llegar a la Tierra todos tomamos formas distintas y esa es la gracia de estar en la Tierra como un ser humano, que todos somos felices con diferentes cosas, con gustos diferentes y haciendo las cosas al modo particular de cada uno. Por eso debemos respetar tranquilos la forma en que los demás quieran y puedan entregar su chispa de luz- les explicaba con cariño el atomito a los niños. 

-A mi no me gusta la pizza!- dijo uno de los niños. 

-A mi no me gusta la lasaña!- dijo otro. Y todos se rieron, pues era extraño, eran comidas tan ricas. Pero nadie los molestó por esos raros gustos. 

De pronto uno de los niños se preocupó pues ya llevaban un buen rato conversando con el átomo, así que interrumpiendo la conversación, le preguntó. 

-Amigo átomo, no llevas demasiado rato conversando con nosotros? no es que ya tendrías que volver a aparecer al otro lado?-. 

-Es que aquí no existe el tiempo amigo, recuerdas que les dije?- le respondió el atomito-. Eso es del mundo de la Tierra. Aquí puedes estar un millón de tiempo y allá en la Tierra no ha pasado ni un segundo. Los niños entendieron de inmediato que en ese lugar el tiempo no pasa, sino que es siempre el momento presente . 

Los niños estaban maravillados. A su alrededor habían miles de átomos saltarines entrando y saliendo. Venían a buscar luz y la llevaban de vuelta, como si fueran miles de hormiguitas trabajadoras. Aparecían, se recargaban iluminando sus redondas pancitas, se reían, se miraban alegres unos a otros con complicidad, como si se dijeran que estaban haciendo un buen trabajo. Se regalaban una sonrisa y desapareciendo, emprendían el viaje de vuelta. Y al instante ya estaban aquí otra vez, regalando otra sonrisa y recargando su pancita con esta luz de amor. Esto, infinitas veces, en un eterno retorno. Era un bello espectáculo de luces y colores. 

Uno de los niños se acercó al amigo átomo y le confesó con algo de nostalgia –amigo átomo, cuando volvamos, no quisiera que esto se me olvide-. 

-No te preocupes- le respondió el atomito –mientras más te acuerdas de este lugar o te imaginas estando acá, los átomos de tu cuerpo que van y vienen pueden volver cargados con más luz. De esta forma, el puentecito del que te hablé se agranda y lleva más alegría y amor a tu corazón. Es como esos interruptores que regulan el nivel de luz. 

-Se aumenta tu luz y más recordarás!- siguió contándole el atomito amigo –Nosotros llevamos esta energía para que circule por todos los canales de tu cuerpo que la reparte entregando vida. En ti esos canales llenan de luz tu sangre, tus órganos y todo tu cuerpito. 

Allí los niños se enteraron que no sólo los átomos traían luz y energía a la Tierra. El Sol, la Luna y el resto de los astros también ayudaban con el trabajo. El Sol trayendo luz de amor desde el Sol de todos los Soles y la Luna reflejando su luz. 

-En su cerebrito tienen un lugar que guarda la energía, como una despensa donde se guarda la comida. Justo allí no hay división entre adentro y afuera, entre allá y acá. Hay paso libre! –les contaba el amigo. Los niños se alegraron con estas noticias del paso libre. Podrían volver cuando quisieran! 

De pronto los niños se percataron que no sabían precisar cuánto rato habían estado allí. Comenzaron a sentir que ya era hora de volver. Pero no se querían ir aún! 

Atomito, podemos volver en otro momento?- le preguntaron los niños con ansias de una respuesta positiva. 

-Niños- les respondió su amiguito -recuerden que todo está en todo y ustedes están siempre acá. Es como un círculo sin circunferencia. O un círculo que tiene su centro en todos los lugares. 

Los niños se echaron a reír –Nooo atomito! No es posible un círculo sin circunferencia amigo!- le decían los niños entre risas. 

-Tampoco es posible un círculo con muchos centros!- dijo otro niño también riendo. 

Y el atomito los desafió –Cierren de nuevo sus ojos niños- les pidió suavemente -imaginen un círculo alrededor de ustedes. Ahora agrándenlo. Agrándenlo más. Y agrándenlo aún más y más. Ahora háganlo gigante hasta el infinito. Ven? Qué pasó con el círculo? Los niños se dieron cuenta que la circunferencia había desaparecido. Ya no había círculo, había sólo espacio vacío….vacío para que se llene cada vez con más luz de amor. 

-Imagínense lo que ocurre cuando hacen esto mismo, estando en su vida en la Tierra- les explicaba el amiguito –con su imaginación, agrandan los círculos de luz y así entregan alegría y amor a todo a su alrededor y más allá!! 

-Y cómo hacemos eso?- preguntó uno de los niños. 

-Sólo recordando quienes son profundamente, en verdad. Una almita de luz y amor que juega en la Tierra para compartir y disfrutar con los demás!. 

Los niños se sintieron tan felices que se pusieron a jugar al instante. Corrían, se perseguían, se impulsaban y volaban por este espacio vacío. Luego uno de ellos se tiró al suelo y otro se tiró encima y el otro encima y el otro también se tiró encima, como haciendo una torre de niños uno sobre otro. 

-Se dan cuenta niños?- les dijo su amigo átomo. Ahora ustedes son el centro de la circunferencia. Pero no son un centro, son muchos centros! Jajajaja Los niños se reían, pues su amigo tenía razón. Ahora todos ellos eran un solo centro. Muchos en uno!. 

-Ahora sí deben volver- les dijo su amigo atomito, quien los abrazó con dulzura y suavidad y los subió a una de sus órbitas. Al instante ya estaban de vuelta. Mirando cómo aparecían y desaparecían los átomos saltarines, redonditos de luz hacia allá y hacia acá. Pero ahora los niños estaban al lado de acá, de vuelta en la Tierra. 

Con un abrazo de luz se despidieron de su amigo atomito que ya había empezado su tarea saltarina. Los niños se unieron y dijeron “más grandes!”. Y de inmediato aparecieron en el mundo de las bolitas, eran las células de la hoja. Luego dijeron “más grandes!” y aparecieron encima de la hojita. Y otra vez repitieron juntos “más grandes!” y ya eran del tamaño de los bichitos. Y cuando volvieron a decir unidos “más grandes!” volvieron a su tamaño real. Miraron a su alrededor y notaron que estaban al lado de sus bicicletas. 

Los niños se miraban sorprendidos, aún en silencio. No tenían nada qué decir. Había sido una super aventura! La mamá aún regaba y el arcoíris de la manguera aún estaba allí. Los niños respiraron profundo, cerraron sus ojitos y volvieron a estar en el mundo de luces y colores, dijeron gracias por aquello, abrieron sus ojos, agarraron sus bicicletas y partieron a jugar! 

FIN